Cogi el metro para acercarme al Olimpo para ver que tal iban las tareas de reconstrucción, Gea había conseguido agrietarlo todo en cuestión de minutos. Cuando me senté en el metro me di cuenta de que unos penetrantes ojos grises me observaban desde el asiento de enfrente.
-Hola Annabeth.- No podía ser no me había dicho nada desde la batalla pero si fuese ella...
-¿Mama?- pregunte con voz temblorosa
-Te bajas aquí ¿No?- Asentí - ¿Que tal por el campamento?
- Bien, los romanos se fueron ayer. Rachel, Ella y Tyson se han ido con ellos para descubrir todo lo que puedan sobre los libros de la Sibíla ¿Que le ha pasado ha Apolo?
- Esta bien Zeus le ha prohibido decir más profecías durante un tiempo...
-¿Cuanto es un "tiempo"?
-Tal vez unas pocas décadas.
¿Décadas sin profecías? Sonaba extraño, casi toda mi vida había vivido bajo la presencia de profecías.
- Annabeth he venido a decirte dos cosas: La primera es que estoy muy orgullosa de ti. Has conseguido algo que ningun hijo mío, excepto tu, podría haber conseguido. Rescataste la Atenea Parthenos y sobreviviste al Tártaro. -Sentí que me hinchaba de orgullo - Pero también he venido ha advertirte. Acuérdate de la familia y de los amigos, incluso de aquellos con los que solo has hablado una vez, los dioses griegos y romanos- su imagen parpadeo y vi a Minerva, pero sólo durante unos segundos- no son los únicos hija mía. Te quiero, y estoy muy orgullosa de ti.
Después de decirme esto se desvaneció en una llamarada, por suerte no me queme, dejándome sola ante la colina Mestiza.
Empece a subir y para cuando llegue al pino de Thalía ya sabia una cosa. Tenía que hacer unas llamadas.
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