Sí, ya me acuerdo. Cuando viajábamos por las sombras y Reyna pensaba que me moriría... Si hubiese sabido dónde íbamos no hubiese dicho eso, pero tampoco hubiese querido venir conmigo.
Aparecimos en la peor zona del inframundo: Los Campos del Castigo.
Allí esperaba alguien muy especial para Reyna, aunque ella aún no lo sabía.
-Nico, ¿dónde diablos estamos?
Entonces vio a su padre. Un fantasma vestido con una túnica romana, con una barba mal afeitada y canosa, que miraba a Reyna con tristeza, como si la añorase.
-¿Has muerto, Reyna?
Reyna se giró hacia mí, enfurecida.
-¡Te odio, Nico di Angelo! No deberías haberme traído hasta aquí, te voy a...
No llegó a acabar la frase. Agité la mano y dos esqueletos salieron del suelo. Agarraron a Reyna y la acercaron a su padre. Me alejé para no escuchar la conversación. Cuando Reyna volvió estaba llorando.
-No.. ¿No puedes hacer nada por él?
Negué con la cabeza.
-Se merece el castigo. Sólo mi padre podría hacer algo.
Ella asintió y me cogió del brazo. Por una vez, no me negué. Supuse que habían hecho las paces, pero no pregunté. Volvimos al Campamento.
Se fue dos días después, y volverá mañana. Por una vez, creo que he hecho algo bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario