Al fin he vuelto de mi... Viaje.
Todo está bajo control. Aunque Laura ha muerto.
...
¡Es broma! Es broma, tranquilos. Laura está en perfecto estado, viva y llorona como siempre. Pero creedme si digo que a poco estuvo de morir a manos de esa mujer...
Mejor os lo explico.
Estaba en el Campamento Mestizo pensando cómo encontrar a la mujer vestida de blanco cuando de repente se apareció una diosa que conocía muy bien. Su vestido azulado-verdoso se movía como la marea en tormenta, y miraba con severidad a su alrededor.
- Percy Jackson. - la voz de Kymopoleia rasgó el silencio como un cuchillo. Todos los campistas me abrieron paso.
- He de hablar contigo, Perseus - dijo la diosa.
Antes de que me pudiese resistir la diosa me cogió del hombro con fuerza, y sentí como nadase a contracorriente en un río con muchísima fuerza. Un segundo después nos encontrábamos en la sala del trono, en el Olimpo. Allí, en medio de los doce Olímpicos, estaba la mujer que se había llevado a mi hermana, que se encontraba dormida flotando a dos metros del suelo. Su cabello moreno flotaba, ocultándole el rostro. Todos los dioses centraron su mirada en mí, incluida la mujer de blanco, quien compuso una sonrisa malvada.
- Bienvenido... Semidios.
Zeus se levantó del trono.
- Percy, has dado más problemas que los que has resuelto. ¿Puedes decirme qué está pasando aquí?
La mujer de blanco se me adelantó.
- Esta niña ha recibido un Don Ancestral, mi señor. Las normas antiguas dictan claramente que estas criaturas deben ser criadas por sus progenitores divinos, y no los mortales.
Kymopoleia caminó al centro de la sala. Con cada paso que daba crecía en altura, y al llegar al centro de la sala tenía el tamaño del resto de los dioses.
- Protesto. Hilaca, hija mía, estás equivocada. Este no es un Don Ancestral. En las normas antiguas se dicta que si el hijo entre una divinidad y un mortal no tiene sangre divina se podría otorgar un Don Ancestral, con el que tendría las mismas aptitudes que si hubiese sido una criatura efectiva. Pero no es el caso. Esta criatura no es hija mía, ni lo será nunca. Esta niña es simplemente una protectora mía, una de mis... sacerdotisas. Son como las cazadoras de Artemisa, pero sin voto de alejamiento del amor ni la inmortalidad. ¿Qué tiene de malo eso?
Pues así quedó la cosa. Eso si, si me vuelvo a encontrar a la Hílaca esa... Que se prepare.
Se despide un hijo de Poseidón cabreado,
Percy Jackson
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