24 dic 2014

34. PERCY

Aún estoy algo aterrorizado por lo que pasó ayer. Por cierto, como te prometí, Thalia, siento haber olvidado tu cumpleaños y me declaro un idiota total y un maldito mejillón, o percebe... lo que sea.

¿Contenta? (Por cierto, prefiero el azul verdoso antes que el azul marino)

Continúo con lo que estaba contando. Ayer por la mañana estaba entrenando con Leo en el rocódromo. Me iba ganando (no sufrir quemaduras por la lava es una gran ventaja) y estaba a punto de llegar arriba cuando de repente escuchamos una risa. Provenía del bosque, de donde parecía surgir una tormenta de nieve. En el Campamento dejan que entre algo de nieve en invierno, pero esa tormenta parecía... descontrolada. Leo bajó del rocódromo de un salto y yo también.

-Tenemos que ir, puede que sea algún gigante de las nieves...

-¿Tu crees Percy? No creo que hayan viajado desde Alaska hasta aquí. Sólo puede ser... Aunque sería improbable.

Supe de inmediato de quién estaba hablando: Quíone, la diosa de la nieve, había causado muchos problemas a Leo, entre ellos lanzándolo a Ogigia, donde había conocido a Calipso. Una idea me asaltó.

-Como estamos en invierno... Quizás es más fuerte que cuando nos enfrentamos la última vez, Leo. Deberíamos avisar a Quirón.

Pero el hijo de Hefesto no me hizo caso y se adentró en el bosque corriendo, dejando un rastro de nieve derritida. Corrí tras él, y me lo encontré parado en un claro.

-Leo, qué..?

Entonces la vi. Una niña pequeña, debía de tener unos diez años, con una falda azul con tirantes. Su rubia trenza ondeaba tras ella, y sus carcajadas resonaban, agudas e infantiles. De sus manos...

De sus manos salían copos de nieve, como pequeños cristales que formaban dibujos en el aire y caían lentamente.

-¿Pequeña? Hola, me llamo Percy...

La niña me interrumpió.

-Yo soy Elisabeth, pero todo el mundo me llama Elisa. ¿No te gusta la Navidad? Es la mejor época del año. Me encanta.

Entonces se puso a tatarear una cancionilla:

Let it go, let it go,
Can't hold it back anymore,
Let it go, Let it...



Leo la interrumpió.

-Elisa, ¿tus padres no te echarán de menos? 

La pequeña se rió.

-No tengo padres. O, al menos, nunca los he conocido.

Entonces, encima de Elisa, apareció un copo de nieve del tamaño de mi mano. Brillaba como plata y rotaba sobre si mismo. Tragué saliva.

-Vaya vaya, resulta que sabemos de un lugar donde podrías estar la mar de bien.

Me adentré en el bosque hacia el Campamento, seguido por Leo y la hija de Quíone.




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